Hace mucho tiempo que Bob Dylan pensó en quemar a todos sus fans. Es lo que sucede cuando te conviertes en el mesías de una generación confundida, hija de una Segunda Guerra Mundial, que ha crecido bajo la paranoia de la guerra nuclear contra los rusos y de pronto se ve inmersa en una soflama de nuevas reivindicaciones sociales, del nacimiento del rock and roll y la llegada de sustancias que alteran todo tipo de percepciones. Harto de que sus seguidores saltasen las cercas de su casa en Woodstock, Nueva York, en 1966 salió disparado de una moto. El suceso nunca quedó claro. Forma parte de la teatralidad sutil de Dylan. Cuando recorría el barrio de Greenwich Village armado con su guitarra, las versiones de su pasado que él inventaba eran infinitas.
Nadie sabía de dónde había llegado, ni a qué se dedicaba antes. Sigue sin saberse. Tampoco por qué después de ser durante tres años el rey absoluto de la música folk, se subió a un escenario y se enchufó a una guitarra eléctrica para seguir cambiando el curso de la música. Lo único que sabemos es que en un periodo de sólo cuatro años inspiró absolutamente a todos. Una serie de álbumes que marcan una época en sí misma. Si era consciente de su majestad en ese momento tampoco lo sabremos, pero que eligió a sus sucesores es más que probable. Hacerse amigo de los Beatles, mucho menos limitados musicalmente que él, no parece casualidad. Desatar el genio que había en las cabecitas de Liverpool parecía otro de esos cometidos que nunca quiso aceptar, como ser aquel “mesias de una generación”, ése al que luego estudiarían en las aulas con epígrafes como “Tema 1: Las Etapas de Bob Dylan”.

El caso es que se retiró creando otro escenario. Los rumores no dejaron de correr. ¿Había muerto? ¿Estaba paralítico? ¿Era todo una excusa? Posiblemente exista un poco de verdad en cada una de las versiones. Después de aquel accidente, del que Dylan siempre se ha mostrado reacio a hablar, desapareció. Durante año y medio. Hasta la publicación de otro álbum en 1967. Un álbum sin gracia, lleno de descartes. Ray Charles, Frank Sinatra, The Beatles y grupos nuevos como Led Zepellin o The Doors repasaban aquellos discos creados por Dylan con obviedad. Nadie con talento en la época hubiese osado no impregnarse de toda aquella frescura, rabia, misterio, actualidad, descaro y poesía simbolista que emanaba Dylan. Les enseñó a expresarse. Él guardó silencio, viendo cómo su obra se reproducía en otros, como un virus.
Casi cuarenta años después, ese extraño puente en la historia de la música sigue vigente, hasta el punto de que Martin Scorsese creó uno de los mejores documentales musicales, No Direction Home, sobre la época dorada en la que Dylan ascendió a las nubes siendo constantemente grabado por un equipo de filmación, como si de alguna manera hubiese ya constancia de que aquellos momentos serían relevantes.

De ahí en adelante, poco. Vida hogareña justo a su flamante esposa, películas incompresibles y grabaciones cada vez más esporádicas. Pero Dylan dejó una huella tan imborrable que no cesaron las llamadas para que volviera de nuevo, como un revulsivo, a protestar por cosas que parecían importarle poco. Tal es así, que publicó en 1970 nuevo material, Self Portrait, un disco de versiones y piezas instrumentales tan mediocre que no dejó indiferente a nadie, en el sentido más negativo del término. Y al fin se olvidaron de él, tal como el bueno de Bob había previsto. Hasta finales de 1974, ocho años después del accidente, no volvió a subir a un escenario. Y todo parece indicar que no fue para agradar a sus fans, sino para huir de un matrimonio que se derruía.
Blood on the Tracks, publicado en 1975, supone su primera resurrección y la crónica melancólica de un amor roto. Pero en realidad ya había existido un ámago de vuelta. Su participación en la película Pat Garrett & Billy the Kid no se diferenció por las buenas dotes interpretativas del genio de Minnesota, sino por la pieza que compuso para la película. “Knockin´ on Heaven´s Door” es hoy en día una de las piezas más versionadas de la historia.
Planet Waves y su éxito Forever Young apuntaban buenas maneras en 1974. Desire en 1976, completa el trío discográfico de este nuevo resurgir. Canciones como “Hurricane” “Simple Twist of Face” u “Oh, Sister” nos traen a un Dylan más maduro y de un sonido más limpio y elegante, menos improvisado que antaño. Para cerrar su nueva vida, la aparición en la despedida de The Band, su grupo habitual de conciertos, fue grabada de nuevo por Scorsese para la película musical The Last Waltz, codeándose, entre otros, con Eric Clapton, Dr.John, Joni Mitchell o Ringo Starr. Después, una gira de dos años que le trajo una revolución a su vida: Jesucristo.
Periodista, poeta maldito y… pastor
Los ochenta volvieron a atenuar a Dylan. Aunque esta vez sí hubo discos y giras, su obsesión por todo lo que oliese a cristiandad llegó a desvirtuar tanto su música que muchos al final aceptaron que se había convencido de ser un profeta, aunque de una manera inesperada para sus allegados. Incluso algunos músicos llegaron a increparlo por intentar evangelizarlos durante las grabaciones.
La excepción de algunos descartes de Infidels, en 1983, que contó con la colaboración de uno de sus hijos pródigos, Mark Knopfler, alguna gira por ahí con Tom Petty o The Grateful Dead y su colaboración con Michael Jackson en “We are the World” alargan demasiado una intriga por saber dónde estaba Dylan. Ya se piensa en él como irrecuperable, a pesar de su segunda resurrección, aún más tibia que la de la década de los 70, al crear junto a Roy Orbison, Tom Petty, George Harrison y Jeff Lynne el grupo Travelling Wilburys. El éxito de la formación fue considerable, pero la muerte de Roy Orbison en 1988 dio al traste con el plan. Un solo disco y otro de descartes es el saldo de aquella fugaz reunión de mitos. Aun así, mejoró la calidad del siguiente disco de Dylan, Oh Mercy!, que siguió siendo un oasis en su discografía. La culminación de su reconversión cristiana llegó en 1997, donde tuvo el honor de tocar para el Papa Juan Pablo II.

Retiro dorado
Parece que ganar un Óscar en 2001 por la canción “Things Have Changed” hizo saltar algo en su cabeza. Le puso de nuevo en el centro del escenario. Durante quince años, aunque nunca pudo ser despreciado por su talento, tanto musical como literario, vimos un Dylan ensombrecido, al menos en la medida a la que nos acostumbró, un baremo muy alto. Su tercera resurrección viene acompañada de buenas obras, de una consistencia que ninguna vieja estrella ha podido mantener, y además de premios. El Principe de Asturías de las Letras, el Pulitzer, el nombrado Óscar… sólo le falta el Nobel, que algunos llevan años pidiendo que se le conceda.
El documental de Scorsese y la película basada en él, I´m not there, la pasión que despiden por él artistas de todo el mundo vuelven a glorificarle, siempre de una manera comedida, como Lady Gaga, que en los MTV Awards de 2011, no contenta en su actuación de contar con el mismísimo Bryan May, guitarrista de Queen, se vistió de hombre imitándole en sus años mozos, allá por 1965, cuando Dylan era tan considerado un Dios que algunos le gritaron “Judas” al electrificar su guitarra.

Modern Times Togheter through Life o Tempest, sus últimos álbumes, destilan toda la sabiduría de un hombre que sabe que el tiempo le apremia, y no parece importarle. Folk, rock and roll, blues, country, canción francesa o mexicana… y todo mezclado, con esa astucia y esa particular voz, ahora ajada, ya no tan aguda, pasando por algunos versos que no se le oían en mucho tiempo, porque, antes que otra cosa, quiso ser poeta. Por eso Chronicles Vol.1, la primera parte de su autobiografia, publicada en 2005, quieren considerarla algunos una verdadera gran novela américana, al estilo de Scott Fitzgerald o Truman Capote. Tuvo incluso tiempo de hacer un disco de versiones navideñas algo delirante.
Lo mejor es que, de alguna manera extraña, sigue sonando divertido y juvenil… puede que no exista una nueva resurrección, y esto sea una despedida grandiosa del que ha sido, en mi opinión, el músico más importante del siglo XX. Marcar un antes y un después es lo que tiene.
Artículo por Christian De González.
Happy Birthday Bob Dylan, you fucking legend!!!