Hace ya tiempo que se viene hablando de lo popular que se ha hecho la música indie, una contradicción en toda regla derivada de la confusión entre ‘género musical’ y ‘filosofía de hacer música’. Una cosa es que grabes discos y los distribuyas tú mismo y otra que quieras meterte en la bolsa de bandas nuevas y supuestamente experimentales que recoge la etiqueta ‘independiente’. Sea como sea, da la sensación de que la moda vivida por lo que se entiende como indie tiene que ver más con una batalla cultural que va más allá de lo musical. Y es que cuando la música se utiliza como arma de distinción o como signo de superioridad, es el momento de empezar a preocuparse.
Nuestro gusto musical se fragua en nuestros primeros años de vida y va evolucionando con el paso del tiempo. Es, casi con toda seguridad, una de las cosas más personales que tenemos. Justo por esa razón, siempre ha habido problemas para reconocer que uno escucha tal artista, sobre todo si no coincide con el gusto mayoritario de tu círculo social. Es ahí donde empezó a cobrar sentido lo ‘indie’. De repente, hubo una manera de catalogar a todas esas bandas que tan solo unos pocos conocían.
Pero claro, con el boom de las redes sociales esos gustos aislados tuvieron un punto de encuentro en Internet. Al final acabó pasando lo de la hormiga: una sola no puede hacerle nada a un saltamontes, pero muchas sí. En pocos años, lo indie se ha convertido en una reivindicación cultural. La música que antes pasaba desapercibida por el propio aislamiento de las ‘pocas’ personas que la escuchaban, ahora tiene una visibilidad enorme gracias a un espíritu que se resume en ‘si no es indie es basura’. Lo peor de todo es que la propia sociedad parece estar asumiéndolo como cierto. Pensad en los medios de comunicación, la publicidad y los grandes festivales. ¿Qué grupos son símbolo de calidad? Aquellos que están rompiéndolo en el circuito indie, cuando en realidad esto quiere decir que han comenzado a ser mainstream.
Es una paradoja que la gente se considere amante de los grupos indies que conoce todo el mundo, pero esto es solo un problema designativo, de cómo llamamos a las cosas. El verdadero peligro es que, una vez que nos ponemos las ‘gafas indies’, no podemos ver más allá. Es como un filtro que nos imponemos porque sí, porque es la música buena, la que de verdad merece la pena. Y permitidme decir que no todo lo indie es bueno y que no hay cosa más absurda que la intolerancia musical. Te podrás sentir más identificado con una banda y tendrás tendencia a preferir ciertos estilos musicales, pero tu gusto no te hace mejor que nadie.
Basta ya de criticar lo que los demás escuchen y de intentar imponer una superioridad cultural con la música como pretexto. Llevar en tu iPod a The Vaccines no te hace más cool que llevar a Dimmu Borgir. Lo importante es que se te ponga el vello de punta con una canción, que una letra te transmita o te traiga buenos recuerdos y no cuántas personas la escuchen o si es indie, alternativa o pop. Tú tienes tu propio gusto y, sí, es bueno que coincida con el de la gente, pero no que lo hagas coincidir a la fuerza. Sería absurdo hacerlo porque te impediría disfrutar de lo mucho que nos puede dar la música.
Entonces, ¿qué ha triunfado? ¿el indie o el esnobismo musical?
Foto: Threadless.com
Artículo publicado originalmente en Cuchara Sónica