Siete años fueron suficientes para darnos cuenta: Stravaganzza tenía razón

La primera gran noche de Stravaganzza y su regreso, pero no la última.

Quizá fueran unos adelantados a su tiempo. Quizá necesitaban crecer más como artistas para atraer a más gente. Quizá el público metalero español no era tan abierto de miras. Sea por la razón que sea, el de Stravaganzza en Madrid en La Riviera fue un regreso por todo lo alto. Lo dijo Leo Jiménez lleno de orgullo al acabar «En soledad me lamento»: «hoy estamos viviendo la resurrección de un titán muy grande, de un Ave Fénix».

Y lo cierto es que fue un concierto especial por muchas razones.

La primera: que La Riviera rozó el lleno para ver a un grupo que, en su momento, era considerado «marciano», «para minorías». Leo, que por su papel de frontman hizo de maestro de ceremonias, no se cansó de dar las gracias y se le vio muy emocionado en varias ocasiones. «No os imagináis las noches que hemos soñado que haya tanta gente cantando nuestras canciones», reconoció.

La segunda es un poco más difícil de explicar. Desde los primeros acordes de «Dios», la elegida para abrir fuego esta noche, se percibía un ambiente de complicidad, como una comunión de personas que, quizá por el contexto, se sentían raras al escuchar a una banda extraterrestre. Ahora ese mito de «oveja negra» (no sonó esta vez, una pena) se había derribado. A pesar de la carga emocional de las canciones de Stravaganzza, el ambiente era festivo, para disfrutar. Fue una celebración. Había muchas ganas de verles, de corear junto a ellos, de saltar. Y se notó en cada canción. El público, simplemente, era una extensión más del grupo.

Por otro lado, vimos a unos músicos que han crecido y madurado mucho en los últimos siete años. Todos ellos eran muy buenos entonces, pero esta vez se notaron mucho más las tablas y la experiencia adquirida durante este tiempo. Leo Jiménez ya no tiene la voz tan fina y afilada que en Primer Acto (de hecho, «Mi tempestad», con unos giros flamencos muy agudos, fue todo un reto para él). En su lugar ha ganado calidez, cuerpo, carácter. Fue uno de los mejores conciertos que le recuerdo haber visto. A pesar de que hablando entre canción y canción se le notaba exhausto, casi sin voz, luego llegaba un tema como «Dolor», probablemenete uno de los más complejos vocalmente de su carrera, y lo bordó con una dosis de sentimiento y garra impresionantes.

Pero es que, además de cantar de 10 y con un dominio y maestría envidiables, también ha ganado en peso como frontman. Su mera presencia transmitía. En los cuatro actos en los que se dividió el concierto cambió de ropa varias veces. Primero apareció con una especie de túnica gótica negra de terciopelo, luego optó por su reconocible túnica roja y, finalmente, por una chaqueta de cuero y una falda a lo Jonathan Davis de Korn (Korn, por cierto, es una de las influencias más claras en el sonido de Stravaganzza, algo que antes no parecía entenderse demasiado). Pero su «halo» poco tiene que ver con la ropa, es una cuestión de magnetismo, de imán de miradas, de empatía con el público. Sabe medir muy bien los tiempos, interpreta como nadie el estado de la gente y sabe qué es lo que hace falta en cada momento. Pidió palmas y coros de la misma manera que nos pusiéramos más serios cuando tocaba. Fue, sin más, el rey del escenario.





Mucho se habló en su momento de Pepe Herrero, que si era un guitarrista limitado, inexpresivo. Esta noche callaría las bocas de aquellos que siguieran teniendo dudas. Resolvió con aplomo un concierto técnicamente a un gran nivel, tocando con seguridad, correteando por el escenario, poniendo sus poses metaleras. Poco más se le puede pedir a un guitarrista. Pero es que, en este caso, es el gran responsable musical de Stravaganzza. Las orquestaciones, la dirección musical de lo que vimos, fue obra suya. Es difícil brillar en ejecución y en dirección y, en mi opinión, él lo consiguió.

Patricio Babasasa es uno de los más queridos entre el público. Él probablemente sería el primero en hacer la broma: «es porque soy negro, ¿no?». Puede que sí, pero también porque lo suyo es fuerza y energía. Con un grito y una mirada puso en pie al público. Su presencia es un pilar fundamental en Stravaganzza.

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Y detrás, llevando el timón, está Carlos Expósito, que tuvo la compleja tarea de tomarle el relevo a Dani Pérez, uno de los bateristas de mayor nivel en Europa. Aún sigue sorprendiéndome verle tocar como si estuviera relajado leyendo un libro. Esta noche fue un poco más complicado fijarse porque su set estaba detrás de un cristal para no atronar al coro y a la sección de cuerda, pero no hay tantos bateristas en España capaces de pasar de un blast beat a un ritmo aflamencado y mantener la precisión y la contundencia en todo momento. Qué gran concierto dio. Para los que nos gustan las baterías es una delicia escucharle.

Pero es que la familia Stravaganzza creció: Eloy Terrero “Maligno” cumplió un gran papel al teclado y Miguel Ontivero “Migueloud”, guitarrista de los extremos Wormed, sumó media tonelada al sonido del grupo. Cómo se notaba esa segunda guitarra, dando contundencia y empaste, y cuánto gana el grupo con Migueloud en sus filas. Un gran fichaje.

No nos olvidemos de una sección de cuatro violinistas que aportaron ese toque teatral y clásico. Tampoco del coro, compuesto por Tanke Ruiz, Gema Hernández, Beatriz Albert (Ebony Ark) y Miguel Ángel González, que, aunque por momentos no se apreciaban bien sus voces, fue todo un lujo. Aquí quizá habría ayudado no lanzar coros pregrabados, pero también es cierto que recrear una coral como la que escuchamos en los discos de Stravaganzza es realmente difícil con cuatro coristas, por muy buenos que sean.




Los cuatro actos del concierto siguieron el orden cronológico de los discos de Stravaganzza. Es decir, empezaron con Primer Acto (2004) y acabaron con Raíces (2010). Para dividir cada acto, usaron una performance con bailarinas y coreografías muy bonitas, un fondo musical correspondiente al disco que iban a introducir y una voz en off que narraba una especie de resumen del disco (la voz, por cierto, era la de Patricio Babasasa). No tiene la misma gracia contarlo que verlo, pero, de verdad, no sé si se ha visto alguna vez un despliegue tan artístico en un concierto de metal de un grupo español.

Si he de quedarme con una actuación en concreto, seguramente sería la que vivimos en la canción «Réquiem», en la que se simulaba un cementerio, con placas de tumbas con sus epitafios, y aparecieron varios ángeles blancos y un ángel negro (la muerte). Muy simbólico y totalmente representativo para el tema. Por supuesto, en otras canciones, como «Máscara de seducción», reapareció Natalia Barrios y su body painting, que fueron todo un ícono (y fuente de polémicas) hace años en los conciertos de Stravaganzza.

¿Y qué tal el repertorio? Salvo de Primer Acto, que solo sonaron tres temas, se seleccionaron unos cinco cortes por disco. En mi opinión fueron un acierto porque, además de ser buenos resúmenes para cada álbum, crearon una gran dinámica, con temas más cañeros, más tranquilos, más pesados, más directos… Y también entrelazaron un set en el que Leo pudiera respirar y no morir en un repertorio de más de dos horas. Es imposible satisfacer a todos, pero creo que los fundamentales sonaron anoche.

Como antaño, «Pasión» se lleva la palma como uno de los más especiales (ese subidón al final fue espectacular). Otros corte como la bonita y breve «Nostalgia», «Impotencia II», con Mero, Mero, o «Raíces» fueron grandes momentos.





Pero también hubo tiempo para las versiones. Cómo no, sonó «Hijo de la Luna», que toda la sala cantó a pleno pulmón, pero no fue la única en caer. Después de los cuatro actos, la banda decidió acabar con un toque más festivo. Todos nos sorprendimos -para bien- cuando, tras los bises, empezaron a tocar «Desátame» de Mónica Naranjo. Seguro que alguno tenía la esperanza de que la propia Mónica saliera a escena, devolviéndole el dueto que ya vivieron hace tiempo. Pero no. Se la cantó de principio a fin Leo, con un nivel de otro planeta (llevaba más de dos horas dándolo todo y aún le quedaba fuelle). La adaptación a lo Stravaganzza, por cierto, le queda que ni pintada al tema.

Y, para concluir, la banda eligió «Vivir así es morir de amor» de Camilo Sesto. Los primeros compases fueron sin batería, con unas orquestaciones y coros geniales. Luego ya adquirió un toque más cañero. Fue como un éxtasis colectivo. Todo el mundo la cantó.

Una foto que quizá resume bien el concierto de regreso de Stravaganzza:

No hay nada mejor que ver una sala casi llena para arropar a una banda tan original, tan fiel a sus principios y tan especial. Ojalá y este Ave Fénix siga vivo y ardiente durante muchos años más. Siete años fueron suficientes para darnos cuenta.

Setlist

  1. Dios
  2. En soledad me lamento
  3. Mi tempestad
  4. Esperanza
  5. Pasión
  6. Desilusión
  7. Dolor
  8. Nostalgia
  9. Hijo de la Luna (versión de Mecano)
  10. Deja de llorar
  11. Grande
  12. Máscara de seducción
  13. Réquiem
  14. Inmortal
  15. Cuestión de fe
  16. Sin amar
  17. Impotencia II (con Mero Mero)
  18. Un millón de sueños
  19. Raíces

Bises

  1. Desátame (versión de Mónica Naranjo)
  2. Vivir así es morir de amor (versión de Camilo Sesto)
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