No hace falta que seas un adicto a los conciertos para que te suene lo que es un «pogo«. Esta forma tan peculiar y violenta de bailar ya se impuso como una moda en Estados Unidos décadas atrás. Los orígenes de los pogos (también llamados moshing o mosh pit) están ligados a las diferentes partes del movimiento hardcore que se produjo en EE.UU. durante finales de los años 70 y principios de los años 80, más específicamente en Los Ángeles.
Aunque la historia de esta danza/lucha ha sido bien documentada a lo largo de los años, las razones que llevan a ella parecen ser algo más difíciles de explicar. Para ello, la web AltPress ha preguntado sobre los pogos a sociólogos, asesores de seguros y músicos, y sus opiniones son de lo más dispares.
Una reacción humana primitiva ante la música extrema
Según el exvocalista de Ill Niño, hacemos pogos de la misma manera que hacíamos danzas guerreras en la antigüedad:
«Somos primordiales en muchos sentidos y este baile de guerra llamado moshing no es sólo un baile, es una cultura dentro de nuestra cultura. La reacción humana a la música extrema es muy parecida a la reacción humana a las consecuencias extremas, la guerra. En el moshing, simplemente practicamos el arte de la guerra entre amigos. La capoeira también es una danza de guerra que puede compararse mucho con el moshing, salvo que la capoeira aplica muchas artes marciales y el moshing no tiene por qué hacerlo».
Christian Machado, excantante de Ill Niño
De esta manera, y frente a la creencia popular de que la gente va a hacerse daño unos a otros, entrar en los pogos en los conciertos puede representar una forma de «pelear» de manera inofensiva; empujando, golpeando y molestando a los que te rodean solo como forma de canalizar las reacciones que la música produce. Cuando la canción termina, todos tan amigos. Es, de hecho, lo que la canción «Bodies» de Drowning Pool defiende en su letra:
Para probar la igualdad entre sexos
Está claro que los pogos no entienden de sexos: cualquiera es bienvenido a unirse a esta danza. Paul Wertheimer, fundador y director de la empresa aseguradora Crowd Management Strategies, expone que, tras observar personalmente los pogos en numerosos conciertos, siempre ha podido descubrir algunas mujeres que se aventuran en los círculos para probar su fuerza, agilidad y carácter con sus compañeros masculinos.
La característica liberadora de los pogos, basada en el caos que se produce, va más allá de los géneros. Una atmósfera tan intensa y contagiosa es capaz de captar adeptos tanto masculinos como femeninos, siempre y cuando se sea fan de la música que provoca el pogo.
Como forma de conectar con los grupos
La audiencia en los conciertos (o, al menos, parte de ella) conecta con los grupos, llegando a sentir realmente lo que los artistas quieren transmitir. Formar y bailar en pogos es una forma de demostrar que la música que en ese momento está sonando te invade y se convierte en parte de tí; que los músicos que la están tocando en ese momento la sienten tanto como tú, que estás bailando en un círculo.
Gabby Riches, licenciado en la Leeds Becket University, dedicó su doctorado a estudiar e intentar explicar el significado de los pogos para los fans. Su conclusión fue que nos encontramos ante una reacción sensorial, difícil de explicar si no la has experimentado.
«Cuando estás en mitad de un pogo es como si te convirtieras en parte de la música. Pasas a formar parte de esa energía colectiva que se crea en base a lo que escuchamos y, aunque no siempre seas capaz de controlar, provoca sensaciones muy intensas.»
El lado oscuro de los pogos: comportamientos puramente agresivos y viscerales
Como en todos los ámbitos, no todo el mundo comparte el mismo enfoque; existen personas que aprovechan los pogos para descargar toda su agresividad y violencia de las maneras más viscerales e inconscientes. Es probable que muchos hayamos visto pogos que han creado un ambiente de hostilidad y mal rollo entre los asistentes a los conciertos, e incluso han provocado daños serios a los participantes, como traumatismos, heridas o incluso la muerte.
Veamos algunos datos: entre 1994 y 2014 se han cuantificado 33 muertes en pogos, entre las que destacan las 9 personas que murieron en un concierto de Pearl Jam en el año 2000, 2 personas en diferentes conciertos de los Smashing Pumpkins (1996 y 2007, en Irlanda y Canadá respectivamente) o la muerte que se produjo en Sídney en 2001 en un concierto de Limp Bizkit.
Según Crowd Strategies, en la edición de Woodstock de 1994, el total de heridos a causa de los pogos ascendió a 7.000, y el número total de personas con lesiones en los últimos años alcanza los 20.000.
Está claro que estas cifras son excesivas, más tratándose de una práctica que, en teoría, promueve la igualdad de sexos y conecta con las bandas. No obstante, los accidentes ocurren y, por desgracia, también existe gente que no va a disfrutar el concierto. ¡No podemos condenar los pogos, los wall of death o los headbanging extremos cuando la música te empuja a ellos! Simplemente hay que vivirlos con respeto hacia los demás.
Para despedirnos, os dejamos con este vídeo 360º de un impresionante wall of death grabado en el Resurrection Fest 2015: